El sol radiante, el calor sofocante; la pereza, el cansancio, el sufrimiento.
Estábamos siendo consumidos por una llama interior que nos devoraba, hacia cenizas cada uno de nuestros pensamientos, derretía nuestra energía y quemaba la creatividad.
Hierbas y agua hirviendo, un maullido lejano.
El aire calmó al sol, el agua apagó el fuego.
La creatividad por fin logró saciar su sed.
Tomamos las riendas de nuestro mundo, nos desquitamos con el papel.
Creamos algo horrible, algo tremendo.
Así fue entonces, un día ordinario.
-Alejandra Macouzet.
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